Atardecer en Mykonos, una increible experiencia

Los famosos Windmills de Mykonos

Cuando el año pasado pude con mi esposo cumplir el sueño de conocer Grecia, cuna de la civilización occidental, tuvimos una serie de vivencias que jamás olvidaremos. Entre ellos, la mezcla de bellísimos paisajes marítimos con lo agreste de la zona norte de la parte continental del país, los sabores y aromas de las comidas típicas de cada región, los gritos y forma de comunicarse bien latina de la gente en el mercado de Monastirakis en Atenas, la emoción de estar junto a construcciones y monumentos por donde anduvieron los filósofos más importantes del mundo antiguo, el Partenón, el Laberinto de Creta, el Teatro de Epidavros, las islas del Peloponeso, etc.,etc.,etc.

Pero en nuestra visita a las mundialmente famosas islas de Santorini y Mykonos, la experiencia fue realmente conmovedora. Estando en la segunda, hospedados en un sencillo pero hermoso hotel en Mykonos desde el cual se veía el mar en una panorámica espectacular, esperamos el atardecer para bajar al pueblo propiamente dicho a conocer más en profundidad los lugares que todos nos comentaban.

Luego de no más de diez minutos en un micro bullicioso y repleto de gente, descendimos en la terminal y comenzamos a caminar para el lado del mar, hacia donde se dirigía todo el mundo.
Luego de recorrer algunas calles angostas y llenas de negocios de todo tipo, algunos de afamadas marcas y otros de objetos típicos de las islas griegas, desembocamos en una gran explanada que literalmente nos cortó el aliento.

Frente a nosotros una gran bahía con tres o cuatro cruceros impresionantes anclados junto a veleros de todas las banderas que se balanceaban orgullosos de sus formas.

A nuestra derecha construcciones que terminaban abruptamente en el mar sin ningún tipo de calle ni sendero que las separase del agua (luego nos enteramos que esas construcciones formaban la “pequeña Venecia”), en la explanada misma varios restaurantes típicos que se preparaban para la cena show con rotura de copas y platos incluida, y a nuestra izquierda y algo más alejados se alzaban, majestuosos, cuatro o cinco molinos de viento dignos del Quijote, los famosos Windmills de Mykonos.

Y aquí viene la parte más extraña y “exótica” de nuestro paseo del atardecer.

Entre los cientos de turistas de todo el mundo cuyos ojos no alcanzaban para contemplar tanta maravilla junta, caminaban a sus anchas, sin preocuparse en lo más mínimo por las personas ni por nada, dos o tres (por lo menos son los que vimos nosotros) pelicanos de gran tamaño y belleza digna de cualquier Zoo importante del mundo, que luego nos enteramos que eran las mascotas y los “reyes” de la isla, pues literalmente hacían lo que se les antojaba.

Pero eso será objeto de otro grato recuerdo de Myconos.



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